Es increíble cómo (mal)tratan las operadoras de telefonía móvil a sus clientes.

Ejemplo rápido. En casa tenemos dos teléfonos móviles, los dos son Movistar. El mío es de tarjeta y el de mi chica, de contrato. El mío lo tengo por no perder el número, pero no lo uso (uso el del trabajo). Ella tiene contrato, y no es que gaste mucho, pero hace uso del teléfono.

Contra lo que podría parecer lógico, cada poco tiempo me llegan mensajes promocionales, conminándome a recargar la tarjeta (con el consiguiente regalo de saldo) o a apuntarme a alguna promoción para hablar gratis los fines de semana. A ella no le ofrecen nada, unos míseros puntos que no sirven para mucho más que para cambiar tu móvil por otro más cutre y, además, soltando pasta.

Sólo hay que ver las ofertas que hacen si te cambias de compañía, los leoninos compromisos de permanencia o lo pesados que se ponen cuando solicitas la portabilidad, para darse cuenta de que, a quien menos cuidan, es a sus propios clientes.