Una de las facilidades que nos da la tecnología en estos tiempos, el acceso a la información, puede tornarse un problema si no somos capaces de controlar los riesgos que entraña. Y lo ilustraré con un ejemplo personal.

Llevamos tiempo en casa que la cafetera expreso está un poco renqueante. Lo mismo te hace un café exquisito que no tiene fuerza para empujar el agua y apenas gotea por el porta. Estoy convencido de que la avería no debe ser muy grave y, si tuviera un mínimo de conocimientos de cómo funciona una cafetera, podría arreglarla. Supongo que podría llevarla a algún taller de reparaciones de electrodomésticos, pero imagino que solo que te presupuesten, y a poco que te quieran cobrar, ya no merece la pena el arreglo. Se pueden encontrar cafeteras de este estilo rondando los 70 euros. Pero este razonamiento daría para otra entrada en el blog. Sobre la cultura de reparar en vez de tirar y reemplazar hablaremos en otro momento.

La cuestión es que la cafetera actual ha durado unos 8 años. No me siento capaz de evaluar si es mucho o poco, bien es cierto que no se le ha dado un uso intensivo. Pero estando contentos con ella, el primer impulso es estudiar la compra de una igual. Evidentemente, el modelo ya no existe, pero sí la marca, así que ya tenemos un primer punto de partida.

Y aquí es donde empieza el "calvario" de la infoxicación. En el pasado, en la era pre-Internet, básicamente habríamos ido a una tienda de confianza, habríamos preguntado por nuestras necesidades (una cafetera con tal o cual característica), habríamos comparado marcas (de referencia, viva el marketing y la publicidad), evaluado precios y habríamos vuelto a casa con la cafetera debajo del brazo.

Pero ahora no, las cosas no funcionan así. Para empezar, lo primero que encontramos es que la marca (Minimoka) ya no es tal, sino que pertenece a otra empresa (Taurus). Con lo cual ya estamos hablando de otro producto.

Es indudable que la publicidad sigue cumpliendo una función. En nuestra cabeza podemos tener unas u otras marcas como sinónimo de calidad (más o menos merecidamente), y es un buen punto de partida. Pero ahora tenemos la posibilidad de hacer una búsqueda en Internet y encontrar información y opiniones sobre casi cualquier producto que se nos ocurra. Y lo que está comprobado es que las opiniones negativas suelen hacer más ruido que las positivas. Que siempre hay alguien que encuentra un pero, una pega. Y que no hay producto perfecto.

Lo que antiguamente, en la tienda, era una cuestión de elegir entre un puñado de productos, aconsejados por un vendedor, se convierte en una elección entre decenas (o más) de productos aderezados con cientos de comentarios de usuarios de los cuales desconocemos su situación personal, su motivación y, sobre todo, sus expectativas ante el producto.

Por supuesto, este dilema que aquí se aplica a un producto concreto, se puede aplicar a casi cualquier cosa de la que se pueda encontrar tanto una descripción como una valoración en Internet. Es decir, todo. Cómo será la cosa que hasta hay apps para móvil cuyo uso es simplemente valorar. Valorar cualquier cosa.

Y no, todavía no hemos decidido qué cafetera comprar. Lo que tenemos claro es que no queremos una cafetera de cápsulas (bueno, a mi mujer le convencen más, pero a mí no porque el café no está tan bueno y te sale carísimo). Y que las cafeteras automáticas nos hacen tilín pero tienen un precio muy elevado para el uso que le daríamos y, además, al aumentar el coste, el "efecto infoxicador" se multiplica.