No pretendo pegar una chapa sobre las causas socioeconómicas que han provocado el derrumbe del mercado del recreativo en España (y parece que en parte del extranjero). Pero simplemente con contar algo que me ha pasado hoy igual se empiezan a entender algunas cosas.

Llevaba unos meses buscando una Mario Kart Arcade para probarla y ver qué tal. Bueno, no es que haya estado buscando todo el día, pero sí que, si pasaba por algunos de los pocos recreativos que quedan, me asomaba a ver si la tenían.

Hoy al mediodía he pasado por los recreativos que hay en la Calle Mayor de Madrid, casi llegando a la Puerta del Sol. Son bastante conocidos, por su ubicación y porque llevan abiertos desde que yo tengo uso de razón. Los tengo a mano del trabajo pero, curiosamente, hacía tiempo que no me pasaba.

He bajado las escaleras y, tras entretenerme un rato viendo a un chaval jugando al Virtua Tennis 3 (por cierto, tenía muy buena pinta y el chico no lo hacía mal), me he dado una vuelta por el salón. Allí estaba, al fondo, justo al lado de Out Run 2.

Así que me he rascado el bolsillo en busca del último euro que me quedaba, he colocado el asiento para llegar bien a los pedales y me he puesto masos a la obra (mejor dicho, al volante).

He tratado de disfrutar cada detalle, así que nada de pulsar los botones compulsivamente para pasar las aburridas pantallas de presentación e instrucciones. He elegido un personaje, cómo no, a Mario. La máquina me ha hecho una foto con las napias y el bigote del fontanero (no sé muy bien para qué). He elegido el nivel en el que iba a competir (el fácil para empezar) y ya está todo listo para empezar.

Comienza la carrera. Seis vueltas a un circuito sencillito. Tensión. Mucha igualdad. Los objetos vuelan aquí y allá, algo diferentes que los de la versión para consola (se echan de menos las setas, los plátanos y las conchas de colores). Al final, en la penúltima vuelta logro distanciarme un poco y gano la carrera con holgura, sintiéndome orgulloso de haber demostrado tanta pericia en mi primer intento.

Cualquier aficionado pensaría, bueno, pues ahora a por el siguiente nivel, a ver hasta dónde llego con una moneda. ¡Pues no! Si quieres seguir, echa otro eurito, dice la maquinita. ¡Y una porra, menudo timo!

El jugar a las máquinas recreativas siempre contó con dos alicientes: poder disfrutar de una tecnología que no podíamos tener en casa ni soñando y la tensión que te produce el estar concentrado y poniendo todos los sentidos para llegar un poco más lejos con esa última moneda de la paga semanal, aprender los trucos, sacarle todo el jugo a la máquina y ser capaz de tirarte horas jugando a un precio bajo.

El primer aliciente hace tiempo que desapareció. Ya prácticamente desde la PlayStation, y más ahora con monstruos tecnológicos como Xbox 360, podemos disfrutar de esa calidad gráfica cómodamente en nuestro sofá. Quien más o quien menos tiene periféricos adaptados a los juegos que más le atraen, como pistolas, volantes con force feedback, alfombras de baile, instrumentos musicales, joysticks arcade, etc.

Por tanto, nos queda el hecho de tratar de rentabilizar nuestra inversión con maestría. Así que, si quitamos eso, ¿qué nos queda? Si yo gané la carrera, ¿por qué no puedo seguir jugando, no lo merezco?

Pocas veces me verán ya por los recreativos. Si acaso para jugar al futbolín o al pinball, que conservan la magia de antaño. Para el resto de cosas, me apañaré con las consolas y el ordenador.

PD: Bueno, quizás me deje vencer por la tentación para probar ese Virtua Tennis 3.