Sí, estuve en Oslo a principios del mes pasado y prometí contar más, pero no lo hice (la eterna falta de tiempo).

Para enmendarme un poco, ya que me da vergüenza publicar el reportaje fotográfico que hice (por la poca cantidad y mala calidad de las fotos), sí que me gustaría comentar una de las partes más interesantes del viaje, que fue la caída de unos cuantos mitos.

Suciedad en las calles.

Las calles de Oslo no tienen tanta fama de limpieza como lo puedan tener las de cualquier ciudad Suiza, por poner un ejemplo. Pero sí es cierto que por aquí se tiene conciencia de que en el norte son más limpios y civilizados. Pues no. La suciedad no llega al nivel de Madrid (que está asquerosita), pero sí que la hay.

Prostitutas en las esquinas.

Pues sí, por allí andaban las negritas, algo más discretas que sus compañeras que pululan por la Gran Vía madrileña, pero estaban a la vista en un barrio cualquiera (al lado de nuestro hotel). O eso o es que el hotel estaba así de "bien situado".

Barullo en la puerta de un garito, y dentro poniendo reguetón.

La primera noche que anduvimos por allí estuvimos tomando una cerveza en un sitio tranquilito. A la vuelta al hotel (era como la 1 de la mañana de un domingo), en la puerta de un garito se agolpaban las niñas (aparentemente borrachas) mientras de la puerta salía ese "ruido" llamado reguetón.

Hacen trampas jugando, como cualquiera.

¿Quién dice que los latinos y, en concreto, los españoles, somos los reyes de la trampa y la picaresca? El penúltimo día de estancia allí, por la tarde, nos invitaron a la fiesta de verano de los trabajadores de VG. Fue una fiesta curiosa. Montaron una especie de gymkana antes de la cena y las copas (no, espera, que no hubo copas). El que ganaba no se llevaba nada en especial (salvo el aplauso durante la cena), pero nosotros teníamos un compañero de equipo (no voy a decir su nombre) que no se cortaba un pelo en hacer trampas. Al final quedamos segundos.

Conductores haciendo pirulas y tocada de claxon.

Sorprende la poca densidad del tráfico en pleno centro de la ciudad. Quizás sea por eso que tardamos un par de días en escuchar el primer bocinazo. Pero fue con razón, un taxista andaba haciendo la pirula para dar la vuelta (no haré ningún comentario más al respecto).

Por desgracia (o mejor dicho suerte para ellos), el tópico de su productividad sí que es totalmente cierto. A las 18.00h no quedaba nadie en la oficina, ni siquiera en el departamento de sistemas, y entiendo que dejando el trabajo hecho. Eso y la extraña luminosidad del cielo de madrugada (debido a su latitud y la fecha en la que fui) me dejaron totalmente encandilado.