Vaya por delante que este relato no pretende criticar la sanidad pública como tal. Soy un ferviente defensor de la misma, incluso para gente que no tiene los mínimos medios para subsistir o no está en condiciones de cotizar (los que de verdad tienen problemas, no los que hacen chanchullos para evadirse, claro).

La sucesión de los hechos es, resumidamente, la siguiente: Desde el pasado mes de enero he sufrido un par de salpullidos de granos en la cara. Aquellos que conviven conmigo diariamente sabrán perfectamente a qué me refiero. Tras un par de visitas a un dermatólogo, y sendos tratamientos bastante caros, después del primer salpullido, me sobrevino el segundo a las pocas semanas, así que tocó cambiar de médico, para pedir una segunda opinión. Ambos parecían coincidir en algo relacionado con el acné, la barba y el estrés, pero sin llegar a concretar. Olvidaba citar que ambos especialistas son del seguro privado.

Antes del verano, coincidiendo la visita al médico de cabecera por otro tema, parece que los granitos vuelven al ataque. La doctora los ve, me manda unos análisis y, aunque no ve nada raro, piensa que puede ser interesante visitar al especialista. Estamos hablando del mes de julio. Una semana después me dan cita para finales del mes de octubre. Sí, es correcto, para casi tres meses después.

Las vacaciones de verano transcurren, y no sé si por la tranquilidad, el aire de la montaña, la sal del mar o lo que sea, los granos desaparecen y no vuelven a molestar (salvo algún picorcillo esporádico).

En esto que llega el momento de la cita con el especialista. Y es aquí donde está el sinsentido del sistema actual. Porque no tiene ninguna utilidad que yo vaya al especialista después de tanto tiempo sin una patología que mostrarle. Lógicamente, el doctor no puede hacer otra cosa que darme los buenos días y, ya que he ido, recomendarme que me lave la cara con un jabón al efecto. Es decir, hemos perdido mi tiempo* y el suyo para nada.

Bien podría haber anulado la cita. Pero, entonces, ¿qué sentido tiene que me la pidiera el médico de cabecera? Es más, ¿no sería más deseable que me hubiera citado con el especialista en un plazo razonable de tiempo? También podría haber vuelto al especialista privado. Pero entonces, ¿qué sentido tiene sufragar el sistema público de sanidad, más allá de contribuir a que los más desfavorecidos puedan disfrutar también de él, si a mí no me resulta de utilidad?

Esto me lleva a un mal más genérico de esta sociedad, que consiste en ir difiriendo las cosas, en ocasiones de manera casi indefinida. Las citas médicas son a X meses vista porque hay mucha lista de espera, pero entiendo que en los casos como el mío serán de una inutilidad manifiesta. Los pagos son a X meses. Tiramos de tarjeta de crédito para pagar los gastos al mes siguiente. Al final, lo único que estamos haciendo es retrasar lo inevitable.

* Porque encontrar una consulta en el Hospital Central de la Defensa es como encontrar la aguja del pajar, pero eso daría para otra entrada.