No ha sido este fin de semana la primera vez que nos aventuramos mi mujer y yo a ir de geocaching. Ya lo habíamos intentado en un par de ocasiones con anterioridad. Pero vista nuestra inutilidad para encontrar nada, hemos decidido ponernos en manos de profesionales, Ludi y Miguel para lo que podría considerar como una auténtica sesión de iniciación en el noble arte de buscar "tesoros".

El geocaching es muy sencillo. Se podría decir que es un juego global, en el que participan personas de todo el mundo, y que consiste en salir a la calle para buscar y encontrar objetos que otras personas han escondido previamente. Hay una web oficial en la que nos podemos dar de alta y, entre otras cosas, está la lista de todos los objetos escondidos, que en la jerga se llaman "cachés". Supongo que vendrá del francés "cacher", que significa "ocultar".

Supongo que este juego se popularizaría a partir de principios de siglo, cuando el GPS dejó de ser una herramienta exclusivamente militar y comenzó a estar disponible para todo el mundo (todo el mundo que quisiera gastarse la pasta en un receptor, se entiende). Hoy día, teniendo en cuenta que casi cualquiera lleva un smartphone con GPS en el bolsillo, no hay excusas para no jugar. En la web, como hemos comentado, podemos obtener un listado de cachés; por ejemplo, los más cercanos a un lugar. Es conveniente planificar una ruta para ir a buscarlos en vez de ir a boleo. También hay disponibles varias aplicaciones para smartphone, gratuitas y de pago, que nos ayudarán en el primer paso, que es localizar el emplazamiento del caché.

Porque aquí está la otra gracia del tema. No se trata únicamente de localizar el lugar. Al fin y al cabo, es cuestión de ponerte en plan zahorí con la vara de avellano (o sea, con el móvil) hasta que das con el emplazamiento. Aunque bien es cierto que no siempre las coordenadas son las exactas. Una vez en la ubicación, hay que buscar algo que, de primeras, no sabes lo que es. Y fue en este punto donde habíamos fracasado en nuestros dos intentos anteriores. Aquí no se ilumina la silueta, ni vibra el mando, como cuando estás con los videojuegos. Aquí hay que imaginar y ponerse en la piel de la persona que escondió el objeto. Insisto, aunque conozcamos la ubicación, no sabemos qué estamos buscando.

En la descripción de la web a veces nos dejan pistas, bien el creador del caché, bien los otros jugadores que lo encontraron previamente. Conviene revisar previamente la descripción, ya que cabe la posibilidad de que el caché haya sido expoliado, y nos pegaríamos un paseo en balde.

Hay cachés de varios tamaños. Como poco, contendrán un log, que es un papel en el que apuntaremos nuestro nombre y la fecha en que lo encontramos. Algunos otros contienen objetos para intercambiar o como simple curiosidad. Hay una serie de normas sobre qué y qué no puede contener un caché.

Los siguientes pasos van, desde resolver cachés más complicados (por ejemplo, divididos en varios objetos los cuales, tras encontrarlos, nos dan la pista de la ubicación del definitivo), hasta esconder nuestros propios cachés. Como suele ocurrir en estos casos, la imaginación y el tiempo libre son los que ponen los límites.

En nuestro caso, estuvimos recorriendo la zona cercana al Cerro de Garabitas, en la madrileña Casa de Campo, y la mañana nos dio para encontrar hasta 6 cachés. La verdad es que estuvo divertido. Lo siguiente será hacer una sesión urbana, ya que supongo que la manera de ocultarlos y/o disimularlos ha de ser muy diferente. Además, según la zona, puede que acceder a ellos y volver a colocarlos en su posición sin que te vean sea más complicado que dar con ellos.

Por hacer la gracia, tenemos un "avatar físico", Builder Lemming, que nos acompañará en las sesiones de geocaching y será el encargado de retratarse con cada uno de los cachés que vayamos encontrando.