Nunca he sido muy fan de los servicios de música en línea. Ocasionalmente he probado alguno de ellos, pero siempre he preferido ir "cargado" con mi compacto iPod Classic de 160 GB en el que llevo toda la música que he ido atesorando hasta el momento. En su momento me tomé la molestia de ir digitalizando mi colección de CDs a la mejor calidad que soporta el formato MP3 para poder acceder a ella en cualquier parte. Y he de decir que todavía no he llenado la capacidad del iPod. Incluso dispongo de un pequeño iPod Shuffle que suelo llevar cuando corro o monto en bicicleta, aunque más que de música lo suelo alimentar de podcasts.

A finales del pasado mes de noviembre me autorregalé unos auriculares Bluetooth con micro y reducción de ruido, que son los que he pasado a usar de forma regular en el trabajo. Y el tenerlos conectados al ordenador, sumado a que mi mujer tiene una cuenta Spotify Premium me dio pie a probar el servicio durante una semana del mes de diciembre, dejando a un lado el iPod durante ese tiempo, en contra de mi proceder hasta ese momento.

ipod Classic 160 GB ipod Classic 160 GB

Voy a empezar por la principal ventaja que le he encontrado: la posibilidad de descubrir música nueva. Cuando terminas de escuchar el disco que has seleccionado, la reproducción continúa con más canciones que se eligen a partir de la música que estabas escuchando. Es una forma estupenda y muy cómoda de aumentar el repertorio (siempre dentro del catálogo de canciones de las que dispone el servicio, obviamente). Con el iPod no tengo esa ventaja; siempre estoy escuchando la misma música (eso sí, de entre casi 11.500 canciones) salvo que me compre un disco nuevo.

Al reflexionar sobre esto me acude una mezcla de nostalgia y tristeza, porque estos "algoritmos de recomendación" también los teníamos en el pasado: se llamaba hablar con los colegas e intercambiar cintas grabadas. De hecho, recuerdo una anécdota muy curiosa. Una noche, estábamos tomando unas copas entre semana en el pub Silbra. Lo de que era entre semana es un dato relevante, ya que el dueño ponía la música que le gustaba en vez de lo más conocido o comercial que se puede escuchar los fines de semana. El caso es que estuvimos hablando con él y nos acabó recomendando un puñado de discos y conciertos en vídeo que acabamos comprando. Y sí, echo mucho de menos hablar de música con los amigos y recomendar o que te recomienden tal o cual disco. No incluyo deliberadamente la radio como un buen prescriptor de música porque, salvo emisoras y programas muy concretos, desde hace muchísimos años se guían por criterios puramente comerciales (es decir, alguien paga para que la emisora recomiende su disco, lo ponga a todas horas y haga que terminemos comprándolo).

Es algo parecido a lo que ocurre con los chavales de ahora que emplean su tiempo viendo a los "youtubers" jugar en directo. Cuando yo era pequeño eso lo hacías en los salones recreativos. Si eras muy afortunado disponías de una moneda de 100 pesetas que te daba para cuatro partidas. Así que, antes de gastar tu preciado dinero, podías pasar horas mirando cómo otros jugadores más exprimentados se terminaban los juegos, cuál era su técnica y los trucos para pasarte las pantallas. Y también lo podías hacer para pasar el rato si no tenías dinero (o amigos). Entrar en los recreativos era gratis. Pero bueno, cierro el paréntesis de abuelo cebolleta, que ya me estoy yendo por las ramas.

También he probado a usar Spotify en el coche. Afortunadamente, cada vez disponemos de más cuota de datos en nuestros teléfonos móviles. Incluso hay compañías que, saltándose la neutralidad de la red, te ofrecen tráfico ilimitado por una cuota mensual para cierto tipo de aplicaciones, y Spotify es una de ellas. El caso es que puedo ir escuchando música incluso en el túnel de la M-30, donde la radio no se escucha bien. La música se reproduce vía Bluetooth por los altavoces del coche, y con el propio mando a distancia del manos libres puedo cambiar de canción o detener la reproducción si así lo deseo. Todo ventajas.

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He de reconocer que es muy cómodo y sencillo compartir una canción o una lista de reproducción con otra persona. Pero, insisto, se pierde el encanto del trato personal. ¿Quién no le ha grabado a alguien (o para sí mismo) una cinta de casete con una selección de canciones y los títulos escritos a mano en la carátula?

Además, sigo viéndole la desventaja del catálogo. Si el disco que quieres escuchar no lo tienen disponible, no vas a poder hacerlo por ese medio. Y la cuota no es que sea muy cara, pero no dejan de ser 120 euros al año, que es un dinero. Sí, puedes recurrir a la versión con publicidad pero, lógicamente, la experiencia ya no es la misma. El consumo de datos también es un inconveniente. No en casa o en el trabajo pero sí cuando estás fuera, que suele ser un buen momento para escuchar música.

Lo malo es que, según he leído hoy mismo en Twitter, parece que la tendencia es justo la de usar el móvil para escuchar música, bien con ficheros descargados (para lo que la capacidad del teléfono influye y mucho, y a mí me sería imposible con mi terminal y sus exiguos 16 GB) o bien con servicios en línea. Es decir que, una vez más, voy a contracorriente. En cualquier caso, algo tendré que ir preparando para el momento en que mi veterano iPod de más de diez años decida dejar de funcionar. Ya que, hoy por hoy, no hay ningún otro dispositivo que se le parezca.